Por Margarita Cedeño de Fernández
La humanidad enfrenta hoy uno de sus más grandes retos: la extinción. Siempre lo hemos imaginado como una posibilidad, y quizás esa sea la razón que ha motivado a tantos cineastas a presentarnos un mundo apocalíptico, donde muere la madre tierra y no nos queda más que someternos a un estilo de vida de sobrevivencia.
La humanidad enfrenta hoy uno de sus más grandes retos: la extinción. Siempre lo hemos imaginado como una posibilidad, y quizás esa sea la razón que ha motivado a tantos cineastas a presentarnos un mundo apocalíptico, donde muere la madre tierra y no nos queda más que someternos a un estilo de vida de sobrevivencia.
La realidad es que la posibilidad de que la vida como la conocemos termine, quizás la vemos tan lejana, que las sociedades no han hecho más que someter el tema del cambio climático al debate, sin tener muchas acciones concretas que
mostrar.
La irrupción de Greta Thunberg en el escenario político está cambiando eso. Las grandes víctimas del cambio climático están encontrando su voz y elevándola para reclamar que el mundo actúe ahora, para que después no sea muy tarde. El desafiante discurso de esta adolescente ha calado en la conciencia de muchos líderes políticos que ya han manifestado su voluntad de implementar acciones concretas para enfrentar el calentamiento global, el aumento del nivel del mar y la contaminación que genera el dióxido de carbono.
Por primera vez en la historia de la humanidad, el riesgo que enfrentamos no es de países que se enfrenten en un conflicto bélico; es de la humanidad contra la naturaleza, las personas contra la madre tierra.
Para detener el curso actual de los acontecimientos, los expertos plantean que las emisiones de dióxido de carbono deben reducirse un 45% antes del 2030. Se escribe con facilidad, pero en los hechos se trata de un cambio fundamental en la forma como se sostiene la vida humana en la era del consumo. Si no lo hacemos, el aumento en la temperatura traerá consigo un clima más virulento que, para un país como el nuestro, es un riesgo extraordinario.
Pero el compromiso de líderes políticos que ha logrado Greta Thunberg no es suficiente. Lo más importante es que su voz decidida resuene en la conciencia de los ciudadanos y ciudadanas para que exijan acciones contundentes para proteger el medio ambiente y, a la vez, para impulsar cambios conductuales que inscriban la palabra sustentabilidad en todas las acciones humanas.
Un ejemplo de eso es que al sentarse en el parlamento sueco cada viernes durante tres semanas para llamar la atención sobre la emergencia climática, Greta ha inspirado que otros jóvenes sigan su ejemplo y organicen protestas. Los niños deben estar en el centro del discurso sobre el cambio climático porque como dice la Convención del Niño, son los beneficiarios de las decisiones de hoy y, por ende, tienen un papel central que desempeñar.
Estamos en la antesala de la conmemoración del 30 aniversario de la Convención de los Derechos del Niño y no hay un tema más apremiante para la generación actual que la necesidad de encontrar nuevas fuentes de energía limpia y la creación de sistemas agrícolas, industriales y de transportar más limpios, para asegurar así la sostenibilidad de planeta.
La cita con la Convención de los Derechos de Niño también coincide con la próxima Cumbre del Cambio Climático, que se realizará en Chile en noviembre, una oportunidad única para tener mayor claridad en el sentido de urgencia que debemos tener en torno a la implementación de los compromisos para mejorar el medio ambiente y combatir el cambio climático.
Será una nueva oportunidad para resaltar que los niños y los jóvenes han tomado las riendas del asunto y tienen la razón al reclamar medidas urgentes. Ellos se pronuncian y a nosotros nos toca escucharlos.
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